Me han hecho llegar esta carta que transmite estupendamente bien los sentimientos que produce ser del Athletic Club Bilbao.
Tarde de fútbol en San Mamés. La luz de los focos se condensa en el aire y hace brillar el sirimiri que cae lentamente sobre el césped. Es domingo.
Mes de junio. El rival se llama Levante. 40.011 humanos vestidos de rojiblanco y tú no puedes entender lo que ocurre. Un mal llamado trencilla, metiendo tripa, corre hacia el área del Athletic señalando un punto blanco, el único punto blanco en este universo (hay otro en el lado opuesto pero en este momento no existe). 2-1 y este señor de no sé que color vestido decide pasar a la historia (corre encantado, en trance, pensando en los titulares y en la de minutos que le van a dedicar en 'El Rondo'), a la historia de tu
vida, a la historia de todos los rojiblancos, de todos los 'doces' que, en 108 años, han rondado este campo. No vas a mirar, no puedes hacerlo, agachas la cabeza hacia el hormigón, sabes que la vida sigue...
Nadie te preguntó jamás qué colores querías vestir, ni si te gustaban las noches que pasabas alejado del león de trapo que velaba tu almohada. Nunca te consultaron si te gustaba devolver aquella pelota tarde tras tarde, aunque siempre la pegaras torcida. Ni te preguntaron si te importaba ponerte la camiseta rojiblanca con unos zapatos de charol. Nadie te explico jamás por qué sabías decir Athletic antes que aita, por qué tenías en casa tres balones llenos de firmas, por qué sonaba aquel himno -¿sería una
especie de zorionak?- si era tu cumpleaños.
¿Pero para qué tanta pregunta? En Santutxu, en Bilbao, en Bizkaia uno puede preguntar sobre el cambio climático, o sobre el ibex, si eliges religión o ética, incluso sobre el pil-pil o la próxima tregua. Pero ¿a quién se le ocurre preguntar al de en frente, al nieto, a un amigo, a tu hijo de seis meses o de seis años, de qué color es el fútbol que rezas, que respiras, que tus globulos rojiblancos transportan? (en el Botxo, los médicos
alucinan, no distinguen los glóbulos blancos de los rojos, ¿son a rayas!) En Bilbao se es del Athletic o no te gusta el fútbol. Y punto.
La afición, como ves, te viene de lejos, del vientre de tu madre, de la mano de la comadrona, de abajo que dicen los toreros. Si investigas un poco, apellidos como San Mamés, Lezama, Catedral o Doce aparecen en tu árbol genealógico. Quizás todo tenía truco desde el principio, desde el primer nudo en el estómago al ver el césped de San Mamés, o desde el día en que, caminado por la calle Pozas, todavía de la mano, en dirección al escudo del Athletic, te explican, de verdad, para qué sirve la ría y ese
cacharro, la gabarra.
Te avisan, te cuentan, te enseñan que el triunfo es diferente, escaso, escueto, sufrido, sudado, el triunfo de los pequeños, de los tozudos, de los que superan al grande, de los que no se rinden, de los que se dejan hasta las fibras, de los que desde hace cien años se conforman con sus hijos y con el que quiera serlo, del que no se va cuando cuelga las botas, de los que ganando poco o pocas veces pero ganando así disfrutan como nadie de las victorias. Y te avisan, te cuentan y te enseñan que nunca caminarás
solo, porque los de abajo, los del verde, los del 1 al 11, a los que cedes tu rojiblanca unos años, han sido y volverán a ser uno de los nuestros.
Nota: ¿El penalti? Lo paramos ¿Quién se atreve a meterle un penalti a 40.011 rojiblancos?
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