08 marzo 2010

8 de marzo. Dia de la mujer trabajadora


Día de la mujer, de la mujer trabajadora, dentro y fuera del hogar. Pero, aunque la incorporación femenina al trabajo remunerado se ha ido generalizando e intensificando en los últimos tiempos, también existía en épocas ya pasadas. Algunas profesiones han pervivido y se conservan: dependientas, costureras, enfermeras, oficinistas, profesoras, etc., –por citar sólo unos ejemplos– son oficios que perduran en nuestros días, aunque con distintas características, claro está, pues han debido adaptarse a los cambios exigidos por una sociedad en continua transformación.

Otros, sin embargo, han quedado como imágenes del pasado, semejando unas viejas
fotografías en blanco y negro, ya descoloridas por los años, como recuerdos fijados en la memoria colectiva, parte de la idiosincrasia de la ciudad en un ayer no tan lejano. Y uno de ellos, sin duda, es el de las añas, desaparecido ya hasta tal punto, que muchos de las jóvenes generaciones puede que lo identifiquen más con la tamborrada de San Sebastián que con una estampa que fue habitual en las calles de la Villa y que muchos bilbainos aún conservan en su retina, muestra de un Bilbao que
fue y que ya no es.

Las añas (como aquí se las conocía, no nodrizas ni niñeras) con su figura inconfundible y su vistoso uniforme, reflejo y espejo de la importancia de la casa en la que servían –generalmente de la alta sociedad– y que ellas lucían con garbo, orgullo y una elegancia a tono con la de la criatura que paseaban. Se las veía bien plantadas, con un hermoso moño recogido, largos pendientes, delantal almidonado, paseando por el parque o por una u otra acera de la Gran Vía según las horas del día para aprovechar mejor los rayos de sol en invierno o la frescura de la sombra cuando apretaba el calor, buscando siempre lo mejor para “sus niños”. Cariñosas y efusivas, tanto que la expresión “besos de aña” se empleaba para significar besos ruidosos y sonoros.

Añas, frescas o secas (pues existían estas clases según amamantaran o no al niño) vinculadas en muchos casos a una familia durante años y generaciones por lazos que iban más allá de una mera relación laboral y contractual.

Su prestigio e importancia no tenían nada que ver con el de una niñera, mucho más
joven generalmente y sin el “peso” –real y figurado– que tenían las añas.

Han cambiado, con los años, las costumbres sociales; hoy se consideraría quizá un anacronismo la imagen de las añas o una exigencia excesiva el pasear a los niños vestidas de uniforme… algo que en aquellas épocas se aceptaba como normal y habitual. Actualmente se ha desarrollado la lactancia artificial, han aumentado las guarderías, las escuelas infantiles, la edad de incorporación a los colegios es cada vez más temprana, los niños no tienen ya añas sino “cuidadoras”.

Todos estos cambios han traído consigo la desaparición de este oficio de mujer, el de “aña”, uno más que se ha perdido, como muchos otros, con el paso del tiempo.

Pero quizá lo que se ha perdido también con él es esa relación entre “patrón” y “empleado” basada en la confianza, el respeto, el afecto y el cariño, algo que sería bueno recobrar en nuestra sociedad actual para lograr una convivencia
mejor.


Por Begoña Rodríguez Urriz, publicado en el periódico "Bilbao" (mes de marzo 2010)


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